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Contexto histórico, político y cultural


El gran Imperio Romano constituyó el entorno histórico-social de san Agustín. Más concretamente, su vida coincidió con el declive de dicho Imperio, a partir del siglo III. Tras la muerte del emperador Teodosio, sus dos hijos, Arcadio y Honorio, asumieron la responsabilidad de gobernar el Imperio; el primero de ellos administró la parte oriental del mismo, mientras que el segundo se adjudicó la parte occidental. La autoridad mostraba ya claras señales de debilitamiento, circunstancia acrecentada por las continuas conspiraciones por alcanzar el poder y por las luchas internas entre las diferentes culturas del Imperio.
En dicho contexto, sucedió un acontecimiento realmente inimaginable en aquella época: Alarico atacó y saqueó la capital del Imperio, Roma. El nuevo emperador títere, llamado Atalo, fue obligado por Alarico a ceder África a los godos, un territorio que por aquel entonces era considerado como el granero del Imperio. La caída del Imperio Romano causó una gran conmoción en aquella época, a consecuencia de la cual San Agustín escribió la obra De civitas Dei.
Por otro lado, desde el punto de vista de la cultura, fue éste un periodo caracterizado por innumerables y profundas polémicas intelectuales. Por ejemplo, en lo referente a la religión cristiana, existió una dura pugna entre diversas herejías: arrianismo, donatismo, pelagianismo, etc. Esta situación efervescente tuvo su reflejo en el estilo vivo y polémico que caracteriza a los textos de San Agustín.
Además del maniqueísmo que caracterizó su época de juventud, san Agustín tuvo también oportunidad de contactar con los académicos, es decir, con los sucesores de la Academia fundada por Platón, a los cuales rechazó su actitud escéptica, cada vez más alejada de la doctrina platónica. Del mismo modo, rechazó también el pensamiento epicúreo.
San Agustín dio muestras de una gran admiración por Platón, según él, una persona dotada de gran sabiduría y ciencia. El pensamiento filosófico de San Agustín tiene unos fundamentos platónicos, pero también diferencias substanciales que distinguen a ambos pensadores —uno pagano, el otro cristiano—. Además de las platónicas, el pensamiento de san Agustín muestra también algunas influencias de Plotino, así como la coincidencia con algunas tesis del estoicismo y su admiración por Séneca. Uno de los grandes problemas de la religión cristiana de los primeros siglos fue el de su imbricación en las culturas greco-romanas. El cristianismo debía propiciar una síntesis que fuera capaz de integrar a la filosofía y que fuera, a la vez, respetuosa con la pureza de su doctrina.
Durante el siglo II, el gnosticismo (una herejía) produjo una gran crisis en el seno del cristianismo. La ortodoxia y las herejías pusieron en entredicho la universalidad de la religión cristiana. Los Padres de la Iglesia proclamaron desde el principio la universalidad de la fe, es decir, reivindicaron la universalidad del cristianismo. Había que instaurar y dar a conocer una religiosidad simple, sencilla, comprensible para todo el mundo. El gnosticismo, al igual que todas las demás herejías, concebía la religión como un saber intelectual al alcance de una minoría. Todas esas lecturas erróneas acerca de la religión (herejías) tenían su origen en la tradición cultural de Grecia. Ello hacia necesaria la integración de dicha tradición, de lo contrario, el cristianismo corría el grave riesgo de ser derribado a causa de dichas controversias.
Durante los siglos I-III, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes y Tertuliano, entre otros, trataron de integrar la tradición helenística en la religión cristiana, y marcaron la orientación a seguir en el encuentro entre cristianismo y filosofía: sucedió en el Norte de África y su materialización corrió a cargo de los Padres latinos.
Finalmente, fue san Agustín quien culminó todos los esfuerzos por conciliar filosofía y cristianismo, fe y razón. Su vida y su obra supusieron un gran espaldarazo al proceso de síntesis entre filosofía y teología en el Norte de África (precisamente, la provincia romana donde más se extendió el cristianismo), un proceso por el cual el platonismo-neoplatonismo, el estoicismo y otras corrientes filosóficas clásicas fueron integradas en la filosofía-teología cristiana.
Para san Agustín, la fe cristina constituye la principal fuente de su pensamiento. Tal como afirma en su célebre obra Confesiones; en el año 386 conoció a san Ambrosio, una relación que daría lugar a la transformación y conversión de su ser intimo hacia el amor y la ofrenda a Dios.
En definitiva, podría compararse la vida de san Agustín con la de un viajero en continua búsqueda de la felicidad y de la verdad. Un profundo proceso personal que se dio a conocer tanto geográficamente como culturalmente.


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