Con Agustín da comienzo la
filosofía de la historia en la cultura occidental. En contra de la visión
cíclica de los griegos, el pensador de Hipona defiende el concepto de historia lineal. En esta interpretación
de la historia, cada hecho tiene su razón en el proceso histórico, y el porqué
de cada acontecimiento hay que entenderlo de acuerdo al objetivo de la
historia. Agustín escribe La Ciudad de Dios para
plasmar su filosofía de la historia, y trata de explicar las razones del
debilitamiento y del declive de Roma.
La violenta entrada en Roma de
los ejércitos de Alarico, en 410, saqueando la ciudad y destruyendo el Imperio,
genera una grave crisis en el mundo occidental. Este acontecimiento dejó una
profunda huella en los círculos eruditos. Los cristianos fueron culpados de la
caída del Imperio Romano, ya que, tal como se decía, sus continuas proclamas a
la no-violencia propiciaron el debilitamiento del ejército de Roma y,
consiguientemente, la derrota ante el enemigo. Por tanto, el Dios de los
cristianos es el responsable de la derrota, ya que con os dioses paganos Roma
no había conocido más que progreso, renombre y notoriedad.
San Agustín escribió su obra La ciudad de Dios como respuesta a los
ataques de los paganos y defender a la Iglesia cristiana, en unas circunstancias en que
es acusada. La caída del imperio no significa el fin del mundo, sino el
desenlace de una etapa que se dirige hacia ese final. La causa del
desmoronamiento del Imperio Romano no radica en el cristianismo, sino en los
placeres y lujos de la Roma
pagana que acaban por debilitar al Imperio. La única esperanza que le queda es
el cristianismo.
Agustín es el primer pensador
dedicado a investigar sistemáticamente el sentido de la Historia Universal.
Intenta entender y encontrar un sentido a los hechos históricos, y trata de
huir de las apreciaciones vacías de contenido.
4.1. Lucha entre las dos ciudades
En esta obra, san Agustín nos
ofrece una notable filosofía de la historia, con gran repercusión en las ideas
de la Edad Media.
Se presenta como una apología de los cristianos
frente a los paganos. A través de la providencia, del libre albedrío, de la
eternidad y, principalmente, de las ideas de la inescrutable voluntad de Dios,
san Agustín reflexiona sobre el sentido del dolor y del mal en el seno de la
historia.
En la filosofía agustiniana de
la historia universal, la crónica de la humanidad se presenta como la lucha
entre dos ciudades: la pugna perpetua
entre las ciudades del bien y del mal, de Dios y del mundo, de la luz y de las
tinieblas.
San Agustín distingue dos grupos
entre los seres humanos. Por un lado, aquellos que, despreciando a Dios, se
aman únicamente a sí mismos; por
otro, aquellos que aman a Dios por encima de todo, hasta el desprecio de uno mismo. Los primeros son ciudadanos del mundo, que rechazan a
Dios y se dedican únicamente a ellos mismos. Los segundos son ciudadanos del cielo, que, renunciando
a su autonomía, eligen servir a Dios. Estos últimos utilizan valores mundanos
como medio para acceder a Dios, mientras que los primeros convierten en fin las
realidades terrenas. Ambas ciudades, Dios y mundo aparecen mezcladas a lo largo
de la historia. Al final, sin embargo, se separan.
La lucha entre ambas ciudades
perdurará hasta el final de los tiempos, momento en que se producirá la
victoria definitiva de la ciudad de Dios. La historia, por tanto, es una lucha
entre dos amores: el amor a Dios y el amor a uno mismo. Toda la historia
contiene un gran misterio, que no es más que el amor que siente Dios hacia el
ser humano, y restablece la creación desordenada por el pecado.
La comunidad de los buenos y elegidos
conforma la ciudad de Dios. Por ello, hasta el juicio del día final, estas dos
ciudades, la de Dios y la del Demonio, permanecen mezcladas e inseparables.
Algunos seres humanos, que no
son enemigos de Dios, aparecen como enemigos de la Iglesia, y algún día serán
aceptados como hijos-hijas de Dios; y, por el contrario, muchos de los que
aparecen como «buenos» no podrán alcanzar la salvación.
Sin duda alguna, una persona
perteneciente a la ciudad del cielo puede vivir bajo los principios de la
ciudad del mundo, y viceversa. Por ejemplo, alguien puede declararse miembro de
la Iglesia
cristiana, pero si el principio que rige su vida y conducta es amarse a sí
mismo por encima de todas las cosas, pertenece moralmente a la ciudad terrena;
del mismo modo que si un pagano adopta como principios la justicia y la
rectitud, es moralmente miembro de la ciudad divina.
No se puede identificar la
Ciudad del Mundo con el Estado, ni la Ciudad de Dios con la Iglesia, aunque en determinados momentos históricos así haya ocurrido. Las
ideas referentes a las ciudades celeste y terrena son reflexiones morales y
espirituales que nada tienen que ver con una organización real. Aun así, el
Estado y la Iglesia
han sido considerados a menudo como representantes de las dos opciones, de los
dos modos de vida, referido el uno a la carne y el otro a la espiritualidad.
Cabe decir, para finalizar, que
aunque han sido muchos los que se han preguntado acerca del carácter político o
teológico de la filosofía agustiniana de la historia, dicho planteamiento
carece de sentido, puesto que para Agustín de Hipona fe y razón, política y religión, se hallan estrechamente ligadas.
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